27/2/12

Carta abierta al Secretario de Transporte

Señor Secretario de Transportes (y funcionarios con rangos superiores):

Soy una usuaria más del tren Sarmiento. Hago el recorrido Once-Moreno todos los días y estuve en el tren que chocó el 22 de febrero pasado. Y quiero contarles que el accidente no me sorprendió.
No sé cuántos artículos se habrán escrito sobre lo mal que se viaja, ni cuantos conductores de TV se subieron a un tren con una cámara, pero hacer una de estas notas ya resulta un cliché.
Yo quiero hablar desde otro punto de vista: el problema es aún más grave que trenes que llegan tarde, se cancelan o la inmensa cantidad de gente que viaja cada día.
El problema es que TBA, quien tiene la concesión del Sarmiento, es una empresa diabólica.

Lo digo porque TBA afecta la personalidad de la gente, causando estragos.
 TBA transforma a la gente. Los vuelve psicóticos. Aquella señora que está comprando pan, en el Sarmiento golpea niños para poder sentarse.
Aquel muchacho que toca la guitarra en la esquina, se transforma en un torpedo ingresando en el tren, atropellando a quien sea que esté a su alrededor.
¿Y qué es lo que pasa? TBA le quita el alma a la gente.

Voy a hablar de lo que me pasa a mí, pero estoy segura de que todos los pasajeros del tren se sentirán identificados: Fuera del Sarmiento, soy una persona normal. Me encantan los gatos, abuso del sarcasmo y adoro a los Beatles. Mi trabajo es de ensueño: hago control de calidad de video juegos. Me levanto todos los días temprano, y me voy a la estación de Moreno, mientras mi espíritu se apaga lentamente.
Cuando llego al andén, me siento miserable. El espacio está sucio y repleto de gente, y no hay ningún tren. Mientras más tiempo pasa sin tren en el andén, más siento que la angustia se apodera de mi alma. Porque sé cómo será el viaje.
Cuando llega el tren, siento que somos una manada de cerdos a la que le acaban de echar comida en el platón. El tren llega lleno, porque la gente de las siguientes estaciones que va a Once se toma el tren a Moreno, para asegurarse un asiento cuando ese mismo tren vuelva hacia Once.
Pasamos todos a ser un grupo de miserables que tiene que golpear al prójimo o ser golpeado para entrar.
Mi manera de pensar no me permite golpear a nadie y por eso todas las mañanas recibo golpes, tirones de pelo, pisadas, y alguna que otra vez tirones en la ropa que me la terminan rompiendo.
Todo esto para conseguir un asiento o un lugar más o menos cómodo en un tren sucio, con olor a pis, ventanas que no abren o no cierran, o directamente sin ventanas, cables hacia afuera, ningún extinguidor ni tacho de basura, chispas que salen de las ruedas, ventiladores no andan, los pisos rotos con los que la gente se tropieza. Hay agujeros en el suelo y en los fuelles, y podemos viajar mirando las vías.

Los pasajeros tenemos horarios que cumplir, y a TBA no le importa porque ni siquiera cumple los suyos. Perdemos presentismo y premios cuando TBA quiere.
El Sarmiento es lo más putrefacto de la sociedad. Todas las inmundicias que rodean el mundo se concentran homogéneamente en cada vagón.
El tren es una sociedad en la que cada ser es perfectamente egoísta y agresivo, en la que la avivada criolla es una virtud respetada y admirada. Una sociedad donde está bien golpear a cualquier persona que esté cerca nuestro, con tal de sentarnos.
He visto a adultos golpear y empujar bebés. Y cuando termina la salvajada, la gente se ríe. Porque, claro -dicen ellos- "si no te lo tomás con humor, vas a vivir angustiado".

Pero no culpo a la gente, no. Culpo a  TBA, quien con su manejo del transporte público nos enseñó que si no te sentás en el tren viajás tan pero tan mal que te queda doliendo todo hasta el día siguiente. Nos enseñó que si no empujás al que está al lado tuyo, él te va a empujar y lastimar a vos. Nos enseñó que es una guerra y que tenés que matar o morir.
Llegué al punto de llorar todos los días en el andén. ¿Saben por qué? Porque TBA es una máquina succionadora de almas. Ellos nos tratan como basura, y nosotros asumimos ese rol aceptando viajar en las repugnantes condiciones en las que viajamos. He llegado a creer que TBA es el mismísimo Demonio.
Y yo me bajo en cualquier andén y lloro. Lloro casi todos los días. Porque si hay algo que TBA no me va a quitar, es el alma. Yo aún tengo la mía y sufro, y lloro. Y me alegra llorar porque significa que todavía siento. Significa que no estoy dispuesta a perderla, así como pierdo mi dignidad cada vez que me subo al andén.

Y hoy lloro porque TBA nos quitó los cuerpos de 51 personas que viajaban conmigo. Sus últimos momentos de vida lo pasaron despojados de su dignidad y personalidad. Murieron siendo un número más de animales sin importancia, como somos todos cuando viajamos.
TBA nos está matando, y ustedes no hacen nada para evitarlo. Le entregaron unos hermosos trenes de dos pisos, que fue como entregarle un Ferrari a un nene de 5 años para que juegue.
Le dieron algo maravilloso a una empresa que es tan incapaz de resolver problemas que yo ya no me sorprendo con las cosas que veo.
Doy unos ejemplos:

Problema: Por alguna razón a la gente se le ocurrió que en furgón se puede fumar, y hay tanto humo que la gente se ahoga y no puede respirar.
Solución de TBA: Sacarle las ventanas a los furgones para que salga el humo.

Problema: La gente no paga el boleto.
Solución de TBA: Amenazar con una multa si no tienen boleto a la salida, pero liberar todos los molinetes y tener a dos guardas que en lugar de revisar los boletos, revisan sus mensajes de texto.

Problema: La gente no quiere salir de un tren que se canceló sin explicaciones.
Solución de TBA: Mandar un par de empleados de TBA a que insulten a la gente, les chisten y les digan "fuera, fuera, fuera" como si fueran perros para que se vayan.

Si TBA fuese un doctor, curaría las fracturas expuestas con apósitos adhesivos.

Lo que pasó ese miércoles no nos soprendió a ninguno. Lo primero que pensé fue "ufff, ¿y ahora qué pasó?".

Lucas Menghini viajaba en el mismo vagón que yo. Estaba en una cabina en la que está prohibido estar.
Bah, los pasajeros creemos que está prohibido entrar ahí porque en realidad no hay prohibiciones explícitas. Pero a veces entramos, ¿saben por qué? Porque ahí dentro se viaja muy mal.
Pero afuera se viaja extraordinariamente horrible.
Quisiera que Nilda Garré viaje durante un año en el Sarmiento, a ver si no considera jamás ni por un segundo viajar allí dentro.
No, Lucas no tuvo la culpa.

La culpa la tienen ustedes porque no le dieron otra opción a Lucas. Ni a ninguno de los otros 50 pasajeros fallecidos. ¿Qué hace falta para que hagan algo? El miércoles se les sumaron 51 muertos que ustedes tienen que cargar sobre sus espaldas. Durante el resto de su vida van a sentir ese peso. Como les dije al principio, considero que TBA es el Diablo en persona. Estén seguro de que va a seguir matando gente.

Mis padres me enseñaron a no usar la palabra "odio", porque es una palabra fuerte. Pero se los tengo que decir: Los odio. Los odio por lo que le hicieron a Lucas.
A Lucas Menghini, a los 50 Lucas que murieron en esa tragedia, y a los 40 millones de argentinos que desde el 22 de Febrero de 2012 también nos llamamos Lucas.

22/2/12

Llegué al andén en Moreno temprano a la mañana, y había (como casi siempre) mucha gente y ningún tren.
Pensé que quizás podía tomar el diferencial para no viajar tan mal, así que fui a comprar un boleto; estaban agotados.
Mientras vuelvo al andén normal, un tren se acerca. Veo que el primer vagón está practicamente vacío, y casi entro pero seguí caminando porque el 1er vagón siempre se llena más de gente que el resto de los vagones. Casi entro al 2do, pero era el furgón. Al tercero no subí, porque  está justo al lado del furgón y el olor a cigarrillo llega inevitablemente. Así que para viajar con menos olor (nótese que no dije "sin olor") decido subirme al cuarto vagón, donde pude sentarme.
Salió de Moreno lleno de gente, y llegó a Once repletísimo. Uno de los plásticos que cubre el mecanismo de la puerta se salió en el medio del viaje y los pasajeros que estaban al lado de la puerta trataban de sostenerlo para que no lastime a nadie.
Empieza a llegar a Once, y todos hacemos esos arreglos de último minuto antes de salir del tren; nos atamos bien el pelo, guardamos los libros, acomodamos bien la mochila sobre nuestros hombros...
En ese momento de alivio por haber terminado el viaje, el tren hace una frenada muy brusca, y la cara de la gente se transformó: pude ver el terror en sus ojos. Imagínense un grito de horror, como los de las películas. Da escalofríos. Ahora imagínense ese grito multiplicado por 200 personas. Fue horrible.
Al frenazo se le sumó un golpe seco que sacudió todo el vagón y el tren se detuvo. Caí encima de la chica que estaba sentada enfrente mío y no me pasó nada. La gente gritó un poco más y los que pudieron huyeron.
Me fiijé si la chica sobre la que caí estaba bien, y sí, lo estaba. Se levantó y trató de salir.
Traté de ayudar a la gente que estaba caida en los pasillos y era muy difícil. Estaban todos encima de todos y se tornó una tarea bastante dificultosa. Le dimos el asiento a una chica que se golpeó la pierna y lloraba como si no hubiese mañana.
Cuando ví que todos estaban más o menos bien, decidí salir.
Había gente tirada en el piso, llorando, sangrando. Yo que soy una caminadora ligerita, me encontré caminando a paso de tortuga, mirando el desastre; el tercer vagón estaba incrustado en el segundo, el segundo en el primero, y éste último aplastado contra el parachoques del andén.
Llanto de gente por todos lados, gente gritando "HIJOS DE PUTA!" y pensando en golpear al maquinista, sangre (de esa sangre negra y densa), vidrios estallados, y la horrenda sensación de "pude haber estado en cualquiera de estos dos vagones".
Mi odio al cigarrillo me evitó haber sido herida.
Mientras salgo de la estación, un tipo me cuenta que siempre viaja en el primer vagón, y que perdió el tren que chocó, por lo que tomó el tren siguiente que llegó unos minutos después del choque. No puedo describir la mirada que tenía en su rostro.

Me fui a tomar el colectivo mientras aún temblaba, y llegué a mi trabajo. Desde aquí estoy escribiendo esto, todavía un poco conmocionada.

¿Se dan cuenta de que ponemos nuestras vidas en las manos de estos irresponsables todos los días?

14/2/12

Contagio

Me contagié de una terrible enfermedad capitaliense: La soledad.

En Provincia uno se siente más o menos seguro; si no sabés dónde queda una calle, le preguntás a alguien, si él no sabe alguien se te acerca y te explica cómo llegar.

En Capital no es tan así. Si bien cuando le preguntás a alguien dónde queda una calle te contestan, hay como un aura de soledad que rodea la ciudad.
Uno camina y vive solo. Todo lo hacés solo. Si necesitás ayuda, te llevás la Guía T, pero tratás de no hablar con nadie.
En Capital, preguntar dónde para el colectivo, qué estación te deja cerca de Callao o cuánto sale el colectivo hasta Retiro es una señal de debilidad. Si te detenés a observar a la gente en la Ciudad, podés ver que cada una de las miles de personas sigue un rumbo fijo sin detenerse a mirar a los costados. Así es como uno se maneja en Buenos Aires.

Cuando empecé a viajar a la Ciudad, me dí cuenta de estas cosas lentamente.
Una vez el colectivo no paraba en la parada normal, sino 3 cuadras más adelante porque se estaba arreglando una calle. El boletero estaba en la parada normal, me dijo "el colectivo para más para allá", sin decirme exactamente dónde, y me vendió un boleto. Fui caminando tratando de darme cuenta dónde paraba. Llegando a un semáforo en rojo, veo que mi colectivo estaba ahí. Le golpeé la puerta y le mostré el boleto. El colectivero me miró con cara de orto, me hizo que "no" con la cabeza y siguió mirando para adelante. Le grité "¿Dónde?" y se limitó a señalar con la cabeza hacia adelante, sin mirarme siquiera. Lo puteé y seguí caminando.

Después de dos o tres veces de esto, uno se acostumbra: a nadie le importás, no valés nada y todos creen que sos un idiota. Manejate solo porque nadie te va a ayudar.

El otro día en Moreno, yo tenía que cruzar la ruta para tomar el colectivo. Veo que el colectivo se acerca, y medio que trato de cruzar, pero no puedo porque pasan muchos autos. Revoleo los ojos y pienso "mah sí" y me despido del colectivo.
El colectivero vio todo esto y me mira, señala su colectivo y me hace un gesto de "¿venías para acá?". Yo me ilumino y le hago que "sí" con la cabeza.
El tipo se pone en un costado y ¡espera que pueda cruzar para ir a tomarlo! (que fueron 10 segundos, como mucho).
Y ahí recordé que no es la primera vez que pasa eso. El tren diesel que va para Mercedes también me esperó una vez al verme corriendo con desesperación.

Quizás conforme fue pasando el tiempo, mi corazón noble y pueblerino se fue recubriendo de una capa fría de acero capitaliense, pero queda en mis manos volver a calentar mi sangre y ser el maravilloso ser que mis padres me enseñaron a ser.
Y los dejo con ésta lección, me tengo que ir a patear unos niños y vuelvo.

3/2/12

SUBE

Como tengo lectores internacionales, debo hacer esta introducción: Hace relativamente poco, el Gobierno lanzó la tarjeta magnética recargable SUBE (Sistema Único de Boleto Electrónico), que sirve para pagar el boleto de cualquier transporte público, ya sea trenes, subtes o colectivos.
Yo tenía la Monedero, que sirve para lo mismo, pero saqué la SUBE apenas tuve oportunidad, porque si llego a perderla me dan una tarjeta nueva con el saldo que tenía cuando la perdí.
Los de SUBE estaban en todas las esquinas, por todos lados, a los gritos "SUBE, SUBE, QUIÉN QUIERE LA SUBE? ES GRATIS, SUBE, SUBE!" y el trámite se hacía en dos minutos como máximo.

El 1ro de diciembre, la mayor parte de los colectivos y trenes empezaron a usar el sistema SUBE. ¡Lo cual me pareció genial porque yo usaba tres tarjetas diferentes! Una para los colectivos en Capital, otra para el tren y otra para los colectivos en Moreno.
Hace dos semanas, se anunció que la tarifa de los transportes va a aumentar. Y que los que tienen la tarjeta SUBE, van a pagar lo mismo que se paga ahora. Fue como el último empujonazo para que todos tengan la tarjeta.

Ahora TODOS quieren hacerla.
O sea, cuando era conveniente tener la tarjeta para hacer más rápido al pagar (por uno, y por los que suben detrás), para solucionar el problema de la escasez de monedas (sólo se podía pagar el colectivo con monedas, así que en todos los kioscos del país faltaban!), para agilizar el sistema de transportes, para gastar menos papel (con la SUBE no hay boleto), a nadie le importaba. Los de la SUBE no sabían ya como hacer para ofrecerla.
Ahora, cuando les dicen "dentro de un mes les vamos a cobrar un peso más si no la tienen", la gente salió corriendo en calzones de su casa para obtenerla en ese preciso instante.

Cuando llegué a la estación de Once, ví que la cola para obtener la tarjeta empezaba en la mitad de la estación y seguía de largo hasta el final de uno de los andenes.
¿Se entiende? Atraviesa la estación, entra a los andenes, y llega hasta el finaaaaal de uno.
Habrían unas 200 personas esperando. A las 7.30am... cuando los de SUBE empiezan a atender a las 10.

Mientras me iba acercando al centro de SUBE, miro a la fila con desprecio; veo en todas sus caras al típico argentino chanta que sólo se mueve cuando le tocan el culo. Egoístas, ratas. No merecen vivir en sociedad. ¿Cómo puede ser que tenga que compartir el país con este tipo de gente? Asco me dan, asco. Siento como la cara se me arruga por los gestos nauseabundos que me genera la situación. Sigo caminando mientras los miro con infinito desprecio. Miro hacia adelante y justo enfrente mío tengo una cámara de televisión.

Así que ya saben, si vieron en las noticias una chica con cara de estar a punto de vomitar diablillos que de golpe ve la cámara, se pone colorada y se va caminando ligerito... ¡me vieron a mí!